Capítulo 3 – El Bar Rocker


Me acababa de levantar y ya escuchaba la voz de Cato.

-Marica, ya deberías olvidar a Gaby- dijo Cato mientras bostezaba-, ella estará cogiendo con otro tipo y tú incluso dormido la mencionas.

-Es imposible Cato-le dije muy convencido-. Ella es la única que me ha hecho pensar que podría haber algo mejor que ligar con una desconocida cada vez que salimos.

-Claro que siempre hay algo mejor-afirmó mientras sonreía y ponía esa cara que me recordaba que su novia Omaira tenía más cachos que todas sus anteriores parejas juntas-, ya te lo he dicho cada mujer que conoces es mejor que la anterior. De hecho ayer conocí a dos mejores que Omi. Deberías volver a ser mi copiloto. Hace algunos meses te veía más tranquilo, ahora parece que tuvieras agorafobia, o bueno eso es lo que le he dicho a Vanessa. La pobre mulata no deja de preguntar por ti.

A Vanessa la conocimos en el ‘‘Centro Cultural Ambrossia’’. Era un pequeño bar rockero, donde iban mis compañeros de trabajo cada vez que se aburrían. Se aburrían muy seguido como todos. Me gustaba el Ambrossia, me recordaba a los bares de mala muerte a los que iba con mis amigos cuando estábamos en la secundaria. Siete años después, en ese bar después del primer combo te volvías a sentir como en aquellos días que se tomaba como si no fuera a haber un mañana. Y no hay mejor sensación que liberarte del mañana, liberarte del ayer. Limpiar toda esa basura que nos acosa día a día: ¿Y si hubiera hecho eso? ¿Y si pasa esto?. Limpiar todo el miedo que te deja estancado en la barra del bar durante años. Estancado en un empleo toda la vida. Junto a esa mujer que sabes que no es lo mejor para tu vida.

Aquella tarde que vi el imponente trasero de la esmeraldeña practicábamos con Cato, un juego que él bautizó LAS TRES EXTRAÑAS. Un juego que era parte del entrenamiento de Cato. La esmeraldeña vivía en Manabí, pero había llegado a Quito después de un terremoto que la había dejado huérfana. Según me contó, cuando la cerveza ya había hecha efecto, solo vivía con su padrastro y este no se ocupaba de ella. Y por si fuera poco, siempre la veía con una cara de violador.

Cuando me percaté Cato se había marchado con la amiga de Vanessa sin despedirse.

-Daniel vamos a mi departamento-dijo la mulata-, hoy es mi cumpleaños y quiero festejar.

A la mañana siguiente fue la última vez que vi a Vanessa. Decidí no volver a verla. La mulata mostraba un enfermizo interés. Me refiero a que siempre me mandaba mensajes en la mañana. Cuando no respondía lo repetía en la noche. Me enviaba imágenes que sacaba del Facebook. Me llamaba para preguntar si quería salir. Incluso una vez se había acercado a uno de mis compañeros de trabajo, para preguntarle si voy a ir al Ambrosia. Mostraba el mismo interés que yo después le mostraría a Gabriela. Como diría Cato: <<Siempre alguien busca a otro para servirle un café. >>.

Pensaba en las palabras de Cato mientras intentaba no llamar a Gabriela. Pensaba en la vida, pensaba en mi niñez, en el karma, y en la tercera ley de Newton. Pensaba que tal vez debería haber un infierno. Y que si había un infierno ya habría un puesto con mi nombre. Y que si existía ese puesto no muy lejos debería haber el de Cato. Y que si ambos puestos existiesen en algún lado debería estar Dios jugando a los títeres con nosotros. Y que si éramos títeres la vida era solo una función que empezaba en la cuna y terminaba en unos puestos con tu nombre.

De pronto el teléfono sonó. Era Vanessa, decidí verla y dejar al karma que hiciera el resto. A la final el sitio con mi nombre ya lo había asegurado hace muchos años.