Felicidad sin seis tazas de café


-Estoy dejando el café, ya sólo tomo dos o tres tazas –murmuraste, mientras me veías con tus ojos que sugerían que haga lo mismo.

-No lo voy a dejar, lo sabes, necesito mis seis tazas de café para sobrellevar el día y a los idiotas de mi trabajo –respondí, con el mismo tono con el que le digo a mi jefe que mañana no llegaré tan tarde. Y ese es el adjetivo clave ‘‘tan’’, porque no me gustan los compromisos y en el fondo lo sabías, y yo en el fondo sabía que los días que no charlábamos eran más de seis tazas.

-No entiendo cómo puedes dormir después de tanto café Daniel-afirmaste-, uno de estos días te vas a quedar despierto y no vas a volver a poder dormir.

-Déjalo así Ema, dormir solo es cuestión de tener la conciencia tranquila, además sabes que la primera taza de café siempre me la tomo brindando por tus ojos Nescafé- dije serio, tú sonreíste y te sonrojaste, no se si siempre te sonrojas o siempre te hago sonrojar.

-¡Daniel ya deja de decirme cosas así, sabes que tengo novio!-dijiste y te callaste como si en el fondo se rompiera algo en ti cada vez que lo dijeras, como si supieras que algo también se rompía en mí.

-Yo te digo lo que hago, y que estés con ese aburrido no cambia nada Ema-subí mi tono de voz y continué-, me gusta estar contigo, me gusta cuando me hablas del nobel Paúl Krugman, aunque sepas que de economía no entiendo mucho, incluso me gusta cuando me hablas de los libros que no me gustan- después me callé sabía que te molestabas cuando criticaba los Best Sellers, porque si no hubieras ido esa mañana a comprar uno no nos hubiéramos conocido.

Recuerdo era martes, me depositaron la quincena con una semana de retraso y no me pagaron todo, pero para no perder las buenas costumbres, corrí a la Librería Babilonia, un pequeño local cercano al ministerio donde trabajabas, en el cual no encontré La Leyenda de Gösta Berling pero te veía emocionada comprando 50 sombras de Grey. Te vi deslumbrante e inquieta esperando pagar, fue el mejor martes de la quincena, del mes, de mi vida.

-Sé que no terminaste el libro que compramos ese día Daniel– suspiraste-. Ya me di cuenta que no te gustan esos libros, tu eres de novelas te encanta leer de gente que no sabe amar.

-Soy realista a la final nadie sabe amar, ni identificar cuando le aman, es incluso peor, algunos no saben identificar cuando no lo hacen, Marcelo es un ejemplo claro –reí y tú te empezabas a enojar.

-¡Si vuelves a hablar mal de Marcelo, me voy, sabes que le quiero!- dijiste eso con un aire de seguridad que me hizo pensar que en verdad lo querías o que lo empezabas a querer, sentí que necesitaba un café.

-No hablo mal a la final sabes que lo admiro, es raro nacer con mucha suerte en estos días- dije, mientras ponía una mano en tu hombro.

-¿A qué te refieres con eso de mucha suerte?-preguntaste un poco más tranquila.

-Por ejemplo yo nací con suerte porque te conocí, pero Marcelo nació con mucha suerte porque te conoció antes- dije eso y miré el reloj para que te des cuenta que si seguíamos conversando te ibas a atrasar, yo entraba a las 8 y 30 am y ya estaba atrasado, pero tu pensabas que entraba igual que tú a las 9 am.

Hasta hace algunos meses no solía atrasarme ni tomar café pero me había vuelto adicto a brindar por tus ojos cada que podía, brindaba por ti, por mí e incluso a veces brindaba por el idiota piloto de Marcelo, brindaba porque nunca te iba a querer como yo. Él era un café instantáneo ese que encuentras en cualquier tienda, esos que no tienen gracia y que solo los tomas con azúcar, nunca se iba a comparar con mi grano amargo, tostado y molido. Brindaba por la economía que tanto adorabas, por los modelos aplicados que yo no entendía y estos últimos días brindaba porque me hacías preguntas del universo, y finalmente brindaba porque me gustaba brindar pensando que tú también brindabas por mí, por mi fascinación de intentar entender que era el tiempo, que era el universo, y que éramos tú y yo. (10 de Octubre 2016)