-Sabes que cuando me invitas un café debo salir de la casa dejando los sentimientos en remojo.
Esa era la frase que Belén siempre les decía a sus amantes. Todos los anteriores le preguntaban una razón. La indagaban acerca del asunto o no entendían. Belén no sabía que responderles y les decía que ya no podían verse. Solo Cato parecía nunca enterado de aquella frase. Siempre metido en su mundo, mientras un recuerdo le silbaba los conciertos en Brandemburgo de Bach en la cabeza. Tan ajeno a la política, a la religión, al fútbol. Su mente era una isla donde las tonterías de las grandes masas no eran admitidas.
-Esa manzana que me has dado sabe a durazno-dijo Cato.
-La llevé el otro día a la montaña, pero me he olvidado de comerla. Eso debió afectarla.
-Seguro si la hubieras dejado en la montaña, ahorita empezaría a crecer un árbol de duraznos- dijo Cato mientras anudaba sus zapatos.
-Es como si nosotros empezáramos alguna vez por el café y luego viniera el sexo, de seguro esto sabría diferente.
– De seguro uno de los dos se marcharía antes. Por cierto ya debo irme. Otro día tomamos el café.
Cato salió de la casa mientras pensaba que nunca se empieza por el café. Uno siempre debe marcharse antes que te lo sirvan. Matrimonio, hijos, deudas, todas esas cosas que te sirve la sociedad con la palabra AMOR en el menú. Tonterías que le dejan pensando a uno en el plato fuerte toda la vida. Ese instante de suerte que lo vuelva a dejar todo como estaba. Ese momento en que el número premiado de la lotería toque tu puerta.
Sonó su celular y era un mensaje de Belén.
-<< Cato, me he tomado el café sola. Espero que la próxima vez te quedes. >>
-<< Seguro, ya conversamos otro rato. >>
Cato apagó los datos. Y decidió hacer una llamada para seguir con el entrenamiento.